Del cielo una lágrima a sus ojos llueve.

Fuera llovía, al igual que en los ojos de aquella joven que observaba el mundo a través de la ventana. El cielo era del mismo gris que su existencia y las gotas se aferraban al cristal con la misma desgana que ella a la vida.

Nunca había sido una chica de muchas palabras. Vivía a través de los personajes de sus libros y eso era todo lo que necesitaba para ser feliz… pero entonces se dio cuenta de que no era así. Soñar ya no era suficiente. Observar la realidad desde el exterior ya no era una opción. Ser invisible no era el camino.

Había pasado tanto tiempo huyendo de los rayos de alegría que daban color a su vida que ya no recordaba lo que era sentirse querida, tener un motivo para sonreír cada mañana, cada noche, a todas horas; que los días no fueran un lastre, sino un aliciente. Y realmente quería que todo ello cambiara. Quería descubrir el sentido de la amistad, no tener que esconderse nunca más, eliminar de su vida el miedo a equivocarse, hacer realidad sus sueños. Amar, reír, sentir, vivir, llorar, reír más fuerte aún. Dejar de ser una marginada para volar tan lejos como le permitiera el cielo.

Y supo que era posible cuando recordó cada sonrisa, cada palabra amable y cada mirada llena de ternura que había recibido de aquellos que sabían que estaba ahí cuando era invisible.

Las gotas se aferraban al cristal con la fuerza que la ataba a ella a la vida, y el cielo era de un azul tan vivo como sus ganas de pasar página. Fuera llovía, pero en sus ojos se había disipado la tormenta y, después de mucho tiempo, volvió a salir el sol.