Recordar que por un momento fuimos infinitos.


Nunca creí que en una semana se pudieran cumplir tantos sueños. De hecho nunca pensé que una semana diera para mucho, y sin embargo me equivocaba: una semana es suficiente para crear y afianzar amistades, eliminar de nuestra vida aquello que nos perjudica o que simplemente no nos beneficia; para caminar por el inifinito y vivir en el límite de lo imposible. Reír, llorar, tal vez enfadarse. Llegamos con las manos vacías y nos vamos con la vida rebosando por ellas.
Ahora tenemos las dos caras de la moneda en la memoria, pero a la larga los buenos momentos prevalecerán sobre los malos. Y eso es lo que importa.
Sólo falta recuperar las horas de sueño que nos han robado el mar y las estrellas y esperar a que las aguas no vuelvan a su cauce. Cerrar los ojos e imaginar que seguimos a bordo, recordar que fuimos infinitos durante un tiempo. Y es que si el mundo se hubiera derrumbado mientras nosotros estábamos en tierra de nadie no me hubiera importado: al fin y al cabo estaba con todos ellos. Una persona no es sólo su sonrisa, y en esta semana he descubierto lo que hay detrás de todo ello, como las ruinas de una ciudad que acompañó un pequeño momento de este viaje.
Lo que ocurrió en Italia se queda en Italia... ¿cómo? No. Me niego. Lo que ocurrió en altamar quedará siempre en nuestra memoria, porque nuestras huellas dactilares no se borran de las vidas que tocamos. Los recuerdos siempre estarán allí esperando a que tengamos un huequito en nuestra agenda para pasear de nuevo entre ellos. 
A pesar de todo ha merecido la pena, ¿verdad, familia?