En cada arruga se esconde un consejo.

Ahí está, sentado en un banco, con la mirada perdida y triste. Parece que la alegría le abandonó junto a la juventud, y las arrugas que surcan su rostro le dan un aire melancólico. Cualquiera que le mire en este momento pensaría que no es más que un viejo dando de comer a los patos, pero yo no veo eso, yo veo a una víctima del tiempo traicionada por los recuerdos. Su bastón descansa a su lado, custodiando una bolsa de migas de pan que acabarán en el estómago de algún pato. Me acerco y me siento a su lado, pero no sé qué decir, así que me quedo callada para no estropear el silencio. Su mirada llorosa debida a las cataratas se pierde en el horizonte y sus manos tiemblan, al igual que su boca, una muesca esculpida en su rostro.

 -Hace siglos que una jovencita como tú no se sienta a mi lado en este banco -dice con la voz temblorosa y grave, carcomida por el tabaco-. Aunque para mí hace siglos de todo. Creo que la última vez fue cuando conocí a mi señora esposa, que en paz descanse. Fue hace setenta y cinco años, cuando yo tenía dieciseis, y me enamoré de ella en seguida. Nos conocimos aquí y cuando nos casamos nos fuimos al pueblo y luego nos volvimos a mudar aquí. Siempre fue tozuda como una mula, y muy guapa. Era encantadora. Se llamaba Matilde, yo me llamo Antonio. ¿Tú cómo te llamas?

-Belén -digo en voz alta, tal vez más alta de lo normal-.

-No hace falta que me grites, que no estoy tan sordo. Bueno, como decía, adoraba a Matilde, cada vez que la decía "te quiero" me soltaba "Anda, anda, guardate esas ñoñerías para quien necesite oirlo, yo lo sé sin que me lo digas". Murió hace tres semanas. Cáncer, dicen. Pero yo creo que lo que la mató fue el estar lejos del pueblo. Nunca fue una mujer de ciudad ni de mundo. A ella le gustaba estar cerca de las ovejas y ver parir a las cerdas, ver a nuestros hijos corretear tras los lechones para tirarles de la cola. ¿Te has enamorado alguna vez?

-S-si -tartamudeé en voz baja con un poco de vergüenza.

-Pamplinas, los jóvenes ahora le llamais enamorarse a echar un casquete en cualquier lugar. Seguro que no te has enamorado nunca. Y los jovenzuelos no sabréis lo que es el amor hasta que lo perdais para siempre, o hasta que vivais una guerra y esteis a punto de perderlo todo. Malditas guerras y la madre que las parió. Yo tuve que luchar en la guerra civil, junto a mis siete hermanos, cinco murieron, el sexto está en una silla de ruedas porque le tuvieron  que amputar las dos piernas y yo soy el único que salí ileso, bueno, con la conciencia mutilada por las muertes que causé y con mis sueños rotos en pedazos, pero físicamente bien. Yo quería ser médico y estaba preparándome para ello cuando tuve que ir a la guerra. Al final ni medicina ni leches. Te estaré aburriendo ¿verdad? Supongo que a los jóvenes de hoy día no les gusta escuchar las batallitas de viejos aburridos, pero hace tanto tiempo que no hablo con nadie...

-No se preocupe, me gusta aprender de los demás, no soporto a esa gente que menosprecia a los mayores -Suelta una carcajada y una lágrima rueda por su rostro y se pierde en los surcos de su piel-. No llore, que no me gusta ver llorar a la gente.

-Hija, si son lágrimas de alegría, me alegra mucho ver que aún queda alguien decente en el mundo que puede conseguir que la Tierra no se derrumbe del todo.

-¿Y sus hijos? Dijo antes que tuvo hijos con su señora, que en paz descanse.

-Esos desagradecidos nos dieron la patada en cuanto cumplieron los dieciocho. No han vuelto a llamar los muy cabrones. Eran tres, tres hombres. Sé que el mayor se casó y tiene hijos, pero de los pequeños no sé nada. Ni quiero, no se merecen mi atención. Cabrones...

Veo que aprieta los puños con fuerza y tuerzo la boca en una mueca de asco. No es agradable que tus hijos te olviden.

-¿Lleva mucho tiempo viniendo a este parque? -pregunto con la confianza adueñándose de mis palabras-.

-Todos los miércoles y domingos desde que conocí a Matilde. Y pienso seguir haciéndolo hasta que mi corazón se pare, todos los miércoles y domingos.

-Pues mire, ahora me tengo que ir a clase, pero este domingo vendré a seguir hablando con usted. ¿Sabe? estoy estudiando medicina.

Me mira y sonríe, me apoya una mano áspera y llena de manchas en el brazo y me aprieta con cariño. Me levanto y veo que suspira.

-Eres igualita a mi Matilde, Belén. Me hubiera gustado tener una hija como tú. Cuídate, espero verte pronto.

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El tiempo pasa y sigo sentada en el banco. Es domingo y espero a Antonio, pero se retrasa. Y sigo esperando cuando el sol se pone en el horizonte. Entonces me doy cuenta de que en su lado del banco hay una nota para mi. Huele a tabaco de pipa y a vejez.

Todo parece igual, pero algo ha cambiado, esta vez no hay patos, se han ido para siempre, como él.

Demasiado ha aguantado sin ella, pienso antes de irme a casa.